Esta es una historia de milagros, resiliencia y de entrega.
Te cuento mi historia porque quiero decirte que NADA es imposible. Todo está en darte cuenta que el cielo nunca estuvo fuera de ti, sino siempre ha sido EN TI.
Cuando empecé mi carrera, los primeros 10 minutos venían cargados de emociones revueltas con mucha exigencia. Mi pie, que venía ya sufriendo algo de dolor durante algunos entrenamientos, fue el detonante para darme cuenta que no estaba corriendo escuchando a mi cuerpo y ahí empezó mi reflexión y el punto de partida que le dió toda la vuelta a mi carrera.
En ese momento, conecté con mi corazón y me permití sentir qué era lo que estaba haciendo mal, porque si algo he aprendido es que el cuerpo habla lo que las emociones callan.
Así que sentí mi corazón y llegó la respuesta: “DISFRUTA Y SUELTA”.
A partir de ese momento, ese fue mi mantra, y el dolor de mi pie se fue completamente. En el camino, vi muchísimas señales de mis ángeles, que me recordaban que estaba ahí para permitirme SENTIR. Mi meta nunca fue hacer un tiempo récord, siempre fue disfrutar de mi proceso.
Este maratón fue una gozada, reía, agradecía a Dios por todo lo bonito que me permitía ver en el camino, disfruté las nubes y sus aves, el viento que nos acompañaba, disfruté del sol y de la paz que expandía mi corazón, disfruté de sentirme acompañada por el cielo y por toda mi familia y amigos que, a la distancia, me mandaban amor. Iba agradecida y sorprendida porque realmente no sentía cansancio o pesadez, iba en un ritmo constante, pero a la vez se sentía muy suave, solo había felicidad. Pensé en mi esposo y mi hijo (mis Fedes), que me esperaban con tanto amor al final de mi carrera, en lo orgullosa que me sentía de haber llegado hasta ahí. Lloré con la canción que mi hermano Jorge me dedicó para este maratón y que empezó a sonar justo en el kilómetro en que más necesitaba esa motivación.
En cada paso, me llené de amor con la gente que echaba porras, con la mujer que en el kilómetro 38, cuando la fatiga pega y las piernas gritan que ya no pueden más, me abrazó y corrió conmigo unos metros para decirme que sí podía y que ya casi lo lograba.
En esta carrera, simplemente escuché con atención cada petición de mi cuerpo… no hice nada extremo, aquí solo corrí por amor.
No te das cuenta que no hay límites en esta vida hasta que logras lo que pensaste que era imposible, cuando sientes que ya no puedes más, cuando en el kilómetro 41 sientes que ya no vas a llegar, cuando sientes que en cualquier momento tus piernas simplemente ya no van a dar, es cuando te das cuenta que el amor SIEMPRE te sostiene y que en el corazón no hay más que fuerza y resiliencia.
Pensé en mi hijo y en la ilusión que le daría verme llegar a la meta, pensé en mi esposo que iba corriendo después de trabajar para llegar a tiempo y disfrutar orgulloso ese momento conmigo, pensé en mi familia que a la distancia me acompañaba, pensé en mi hermano Jorge que corre maratones y en su resistencia, ¡Pues si él podía, yo podría! Pensé en todo lo que me había preparado para llegar hasta ese momento y en que, sin haberlo planeado, terminaría la carrera en un tiempo que jamás habría imaginado: 4h y 47 minutos.
En ese instante, una fuerza increíble me llenó de amor y vitalidad y, a pesar del cansancio y el dolor, ya solo me dejé llevar. Lo iba a lograr 🥹
Ahora lo entiendo todo… para terminar un maratón se necesita MUCHO CORAZÓN.
Mis ángeles tienen tanta razón. Solo el amor es real y el cielo siempre te está sosteniendo.
Gracias a mis Fedes y a mi hermano Jorge, son mi mayor inspiración.
Te abrazo con cariño.